En el mundo del arte, como ya volveré a explicar en algún otro momento, no abundan los entendidos de la arquitectura. Es mucho más común encontrar a alguien apasionado de la pintura, la música o el cine, por ejemplo, que a una persona que no se dedique profesionalmente a la arquitectura y que dedique parte de su tiempo libre en aprender acerca de sus interminables entresijos. De hecho, es bastante común que compañeros de profesión hayan estudiado su carrera universitaria sin ninguna otra pretensión que la de levantar viviendas, rotondas o cualquier estructura necesaria para la sociedad sin prestar atención al elemento creativo.

Este, desde luego, no es mi caso. Yo soy un joven arquitecto, hijo de un veterano arquitecto que supo transmitirme su idea del oficio con bastante pericia. Mi padre, bilbaíno de chapela y socio del Athletic, nació una de las ciudades con más bagaje cultural del país y realizó sus estudios en otro de los máximos exponentes de la arquitectura: Barcelona.

Después, voló de la península ibérica para dar sus primeros pasos como profesional en Mallorca, donde tuvo su primer hijo. A decir verdad, visto con perspectiva, puedo asegurar que trató de transmitirnos lo importante que es dedicarse a algo que realmente se disfruta haciendo, pero en el caso de mis dos hermanos, ninguno demostró interés alguno por la arquitectura.

Los primeros pasos de un novato

Tras el inexorable paso del tiempo, mi padre decidió volver al territorio que le había visto crecer para asentarse definitivamente y fue en Bilbao, también, donde nacimos el mediano de los tres hermanos y yo.

En cuanto mostré cierto interés por estudiar la carrera universitaria de arquitectura, mi padre se deshizo en propuestas, consejos y anécdotas y experiencias propias para que tuviese en cuenta a la hora de comenzar a forjar mi propio camino. Creo que es inevitable como ser humano no hacer mucho caso de los consejos que te brinda la gente con más recorrido que tú hasta acabar tropezándote una y mil veces, al fin y al cabo, nadie reflexiona sobre unas sabias palabras hasta que ya es demasiado tarde.

Después de todos los traspiés realizados durante mis estudios, de mis experiencias en distintas partes del mundo, de haber viajado y visto con mis propios ojos la mayoría de monumentos y edificaciones que más llamaban mi atención, actualmente, mi padre y yo trabajamos juntos en un pequeño despacho y, como él siempre dice con la intención de que aproveche todos sus años de experiencia, lo que parece ser el final, no es otra cosa que un nuevo comienzo.